Estos relatos son parte de la serie Realidad aumentada:  historias imaginadas a partir de fotografías. Las que siguen están construidas a partir de las primeras impresiones que la India causa en el visitante: caos, calor y suciedad.

Rimaneesh

Todos quieren a Rimaneesh, el verdulero. Por el día se le ve entre sus verduras cual araña entre sus hilos. Y la señora Pravanah, al pasar, siempre pica cual mosca. “¡Rimaneesh, dos tomates!” le dice casi automáticamente. Y ahí van rápidamente los dos tomates majos que le pone Rimaneesh.

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La señora Pravanah y todos los demás vecinos de Rajabazar están muy contentos con las hortalizas que vende Rimaneesh, el verdulero. Pero nadie sabe que, tras el ocaso, Rimaneesh se convierte en una persona muy distinta. En la tranquila noche de Calcuta, saltando sigilosamente entre los cuerpos humanos y caninos esparcidos por las calles, se ufana en arreglar cosas. Un bache, un letrero roído, una fachada descascarillada, un cable suelto, una papelera sin fondo, un techo lleno de telas de araña, un poste vencido por el peso de los cables: nada es imposible para Manolo, el manitas. Sí, tal es su verdadero nombre, así como española es su verdadera raza.

* * *

¿Que cómo llegó Manolo a la India? Por humanidad. Por boca de unos conocidos supo que todo estaba muy destartalado. Necesitaban un manitas, y él era uno de los mejores. Así que se fue para allá, dispuesto a arreglar el país. De misionero, podríamos decir. Un misionero-manitas. Desde entonces Manolo sale cada noche martillo en mano, esquivando cuerpos, espantando ratas, y arreglando cuanto puede. Y así cada mañana la ciudad aparece un poco menos tullida. Un poco más como Dios manda. O como Shiva manda, ya no lo sabe muy bien. Da igual. Luego, en su verdulería, Manolo sonríe contento a la señora Pravanah. Con el dinero de los dos tomates hoy podrá por fin arreglarle el tablón bailongo de la escalera, ése que le tiene frita.

Sandeep

Sandeep, el taxista, está cansado. Hoy ha arreglado la puerta del armario, ha tirado toda la comida podrida que había dentro, y ha cambiado la bombilla de la habitación, que le hacia chocarse con la mesita cada noche desde 1997. Sólo le queda barrer un poco la casa para completar un día de lo más agotador.

Y ahí vemos a Sandeep, el taxista, desempolvando la escoba. Y va y resulta que le habla: “Disculpe, quiero ir a Rajabazar.” Desconcertado, casi creyéndola poseída por un Marut, la intenta estrangular apretándola con todas sus fuerzas. Pero ella no calla. “¡Eh, oiga!”, le dice. Al borde de la locura, Sandeep se dispone a golpearla contra el mueble que acababa de arreglar cuando en un abrir y cerrar de ojos su palo se alarga demoníacamente y le sacude el hombro.

–Eh, despierte, necesito ir a Rajabazar –le dice finalmente Rimaneesh, el verdulero, en quien muta la escoba una vez Sandeep traspasa el umbral de la vigilia.

Sandeep, el taxista, suspira aliviado mientras recorre las calles de Calcuta hacia Rajabazar. La puerta del armario sigue atascada, él sigue sin recordar lo que hay en su interior, la habitación sigue oscura, y la casa sin barrer.

Todo en orden.

Manish

Mean en todas partes: el sitio donde la señora Pravanah tira sobras de comida, la pared donde aún se distingue el rastro de Lavanya, el rincón donde duermen… Manish está harto, porque le resulta imposible distinguir unos orines de otros y no puede saber cuándo entra en territorio ajeno. Esta semana ya se ha metido en tres peleas. Por eso ha iniciado, junto a dos amigos, esta campaña contra la micción callejera de los humanos. Y aunque de momento no ha dado muy buenos resultados, Manish y sus amigos no pierden la esperanza.

Gurpreet

El primer consejo que leían los turistas sobre Benarés era siempre el mismo: “Al llegar, tenga cuidado con los taxistas y conductores de rickshaws, que le pueden llevar a un hotel distinto al que usted ha pedido para llevarse una comisión.”

Tras leer esto, un grupo de españoles viaja en un taxi desde la estación de tren de Benarés hacia el Hotel Alka.

–¿Mucho tiempo en India? –Pregunta Gurpreet, el conductor.
–Cinco o seis meses ya.
–¿Primera vez en Benarés?
–No, hemos estado muchas veces antes.
–¿Necesitáis guía por la ciudad?
–No, tenemos aquí unos amigos que nos están esperando al llegar.

Etcétera.

El primer consejo que daba Gurpreet a los taxistas y conductores de rickshaws principiantes era siempre el mismo: “Cuidado con los turistas españoles porque mienten más que hablan.”

Sukhwinder

Son las seis y media de la mañana en Benarés. Como todos los días, Sukhwinder, el desdentado, se reúne con sus amigos a orillas del Ganges.

-Ayer pillé a unos blancos para enseñarles Manikarnika -les explica a sus amigos- ¡y me dijeron que en su país había un lugar muy parecido a Benarés! Por lo visto es un sitio donde van los viejos antes de morir, en una especie de peregrinación, me dijeron. Y que se levantan a las seis de la mañana para purificarse de los rigores de la vida material sumergiéndose en el agua. También parece que todos quieren vivir justo en la orilla, y por eso también tienen edificios altos y muy pegados entre sí, como aquí. Lo único que es diferente, según dijeron, es que los ghats en lugar de escalones de piedra son rampas de arena, y que en vez de secar saris se secan a ellos mismos, así extendidos en la arena.

-Vaya… ¿Dónde dices que es ese sitio?

Manjit

Corre, Manjit, corre. Guíate en el laberinto de estrechísimas calles de Benarés. Usa tus vidas infinitas. Espera a que el rabo de vaca deje libre el camino y pasa rápido. Cuida con la imprevisible cabeza del búfalo. Salta por encima de la moto que viene a toda velocidad. Protégete de los monos que intentan robar tus setas. Mide el ritmo de las gotas negras que caen en medio de la callucha para evitar que te toquen. Aplástate contra la pared ante la procesión con el muerto amortajado. Evita cruzarte con Sukhwinder, el desdentado. Esquiva los mojones de vaca. Llega al Ganges. Muere. Deja de correr, Manjit, que ya te has pasado el videojuego.