Su reloj Tommy Hilfiger dió las 3 de la mañana. Juan de Dios levantó la vista y miró una vez más la puerta. Tenía que estar al caer.
Este año no había estado mal, se dijo. Su comportamiento había mejorado, eso era seguro. No había corrido por la autopista, como mucho a 140, aunque la multa que le pusieron en mayo había ayudado, claro. Había moderado su bebida, y no había ido casi a misa con resaca. También había creado una startup, LevelUp, que generó mucha riqueza en su pueblo. De momento concentrada en él, pero que poco a poco se iría distribuyendo. Exaltó a Paquirrín y a Los del Río varias veces, y ha salido en innumerables procesiones en Sevilla. Ah, y también estaba aquella turistilla perdida a la que acompañó al hotel. ¡Qué amena fue la conversación, y con qué acertadas razones ensalzó España! Pena que no le dejara subir a su habitación, ni siquiera después de haber sido tan caballeroso. En fin, ¡guiris!
Aunque también había tenido sus pecadillos. En la startup hizo muchas facturas sin IVA. Sabía que no estaba bien, pero también que eso no iba a parar a ningún sitio. Y había tenido malos pensamientos contra alguno de esos de Podemos, pero es que hay que ver. Son la causa de muchos de los problemas de España. Sabía que si todo el mundo fuese como él no habría conflicto. Como la gente que le rodeaba.
Miró en derredor: formaba parte de un selecto grupo de varones. Su indumentaria, que había cuidado con esmero, le permitía estar entre tan escogido grupo: pantalones chinos, mocasines sin calcetines y camisa color pastel. ¡Compadres, vosotros sois las que hacéis Andalucía grande! ¡Viva el Finito de Córdoba, viva el PSOE y viva Juan y Medio, ea!
Al fin se oye un murmullo. ¡Ya llega! Miró su Tommy Hilfiger: 3:28. Volvió su cabeza hacia la puerta y un destello le cegó: ¡el Simpecado estaba entrando! Era el momento. Su corazón ya cabalgaba, y sus ojos empezaron a ver todo a cámara lenta.
Se irguió de un salto, y se agarró a la parte más alta de la reja.
Coló un pie entra las dos personas que tenía delante y lo colocó sobre una barra.
Cogió impulso y fue a dar con su codo en el ojo del tipo que tenía a su izquierda. Le vino bien como punto de apoyo.
El tipo, mosqueado, le agarró por donde pudo para empujarle hacia abajo. Atinó en la boca. Juan se desequilibró, pero con tan buena fortuna que su rodilla encontró apoyo en el costado del tipo que tenía a la derecha.
El que tenía la mano en la boca, al ver que nuestro protagonista se zafaba, lo empujó para poder escalar él la verja.
Juan cayó sobre el tipo de la derecha, con tal suerte que su codo fue a dar con el cuello del otro, hecho que aprovechó para impulsarse hacia arriba.
Llegó con la cintura a lo alto de la verja. Al ver que perdía el equilibrio, movió los pies en busca de apoyo. Lo encontró sin dificultad en algo blando, puede que un abdomen.
Empujó con los pies hacia abajo y consiguió dar una vuelta de campana sobre la verja. Cayó, por fin, al otro lado, con su espalda contra el suelo. Ni lo notó.
Levantó la cabeza y vio que era el único que había conseguido cruzar. Se rió de todos los negros esos que intentan saltar la valla: ¡así de fácil era! Al otro lado, un masa informe y abigarrada de pies, codos, dientes y uñas de fieles almonteños pugnaba aún por encaramarse a la verja.
Corrió hacia el estandarte y lo agarró con firmeza. ¡Qué guapa era la virgen! Como si fuera la barrita de vida en un videojuego, sintió como su carácter moral se reestablecía.
Espera… ¿Qué estaba ocurriendo? Un cosquilleo recorrió su cara. ¡Le estaban creciendo patillas toreras! Sintió endurecer su cabello al tiempo que se le echaba hacia atrás. En su camisa apareció el logo de Ralph Lauren. Una agradable fragancia a Victorio & Lucchino le envolvió. Y un increíble sabor a serranito embriagó su paladar.
LevelUp.