Cuando salimos del confinamiento la ciudad había cambiado. Las calles nos recordaban a esas películas en blanco y negro donde la gente pasea por cualquier lado, en cualquier dirección. No había humos ni ruido. No había coches.
Por un momento pensé que la ciudadanía se daría cuenta de que la ciudad podría ser otra cosa. Solo hacía falta no usar el coche. Pero este es un gesto que debe hacerse en masa, si lo hacen unas pocas personas es inútil. Y pronto los automóviles volvieron a invadirlo todo.
Me volví a preguntar: ¿por qué esa obsesión con ir en coche?
Miré hacia arriba y lo descubrí. Una valla publicitaria avisaba que tener un Opel Corsa es cool. La publicidad hace que las ventajas percibidas del coche sean superiores a sus desventajas reales. Nos organiza colectivamente a usarlo frente otros modos de transporte, parasitando nuestras emociones y expectativas, y volviendo inútiles las reivindicaciones de grupos ecologistas.
De modo que, como ya ocurrió con el tabaco, me propuse liberar a la ciudadanía de la publicidad de los coches. Por eso nació Z.A.P., Zero Automobile Publicity. Algunas definiciones de «zap» en inglés:
- Ataque rápido y contundente.
- Saltarse o borrar anuncios de la televisión, al cambiar de canal o adelantar la reproducción.
- Cualquier método de activismo político, generalmente de naturaleza disruptiva.
Nuestra inspiración es el culture jamming y el subvertising. Nuestro guía espiritual es B.U.G.A. U.P., un colectivo que durante los 80 secuestró las vallas publicitarias de tabaco en Australia, consiguiendo que el país fuera el primero en prohibir su publicidad.

Por desgracia, Z.A.P. tuvo una corta vida. Lo imaginé en junio y vio la luz en septiembre. Tras una breve pero intensa actividad, que incluyó una entrevista censurada por El País, en diciembre la sentencia firme del Tribunal Supremo a Homo Velamine cortó cualquier actividad que quisiera desarrollar durante mucho tiempo. La publicidad de los coches salió venciendo.